La madre que buscaba a su hijo en los libros de la morgue y descubrió cómo se encubrían las desapariciones

Durante años, Adelina Dematti de Alaye trató de saber cuál había sido el final de Carlos, secuestrado en 1977. En esa búsqueda halló el único libro de la Morgue de la Policía Bonaerense que los médicos forenses no habían destruido para ocultar los crímenes de la dictadura. Su investigación y su testimonio fueron determinantes en el juicio de “La Cacha”. La Madre de Plaza de mayo murió a los 88 años sin encontrar los restos de su hijo.

-Este es mi hijo – dijo de pronto Adelina Dematti de Alaye.

Lo dijo mientras señalaba con el índice de la mano derecha la anotación de la autopsia a un NN correspondiente al 5 de mayo de 1977 en el libro de la Morgue de la Policía Bonaerense que tenía frente a sus ojos.

El hijo de Adelina se llamaba Carlos Esteban y tenía 21 años cuando fue desaparecido cerca de La Plata por un grupo de tareas compuesto por militares y civiles. Era estudiante de psicología, obrero metalúrgico, delegado gremial y militante de Montoneros. Estaba casado con Inés Ramos quien estaba embarazada. Su hija Florencia nació después de su desaparición.

Carlos, a quien sus compañeros llamaban “Laucha”, fue secuestrado el 5 de mayo de 1977. Los testimonios recogidos por Adelina durante los días que siguieron le habían permitido reconstruir los hechos. Esa tarde, un grupo de tareas se apostó en la esquina de Bossinga y México, en Ensenada. A eso de las 19 horas, Carlos pasó en bicicleta, en camino del trabajo a su casa. Uno de los secuestradores lo paró y le pidió fuego. Al parar, Carlos lo reconoció y trató de escapar. Ahí lo balearon, lo tiraron en la caja de una camioneta y se lo llevaron.

Adelina Dematti de Alaye, que por entonces era maestra jardinera, empezó ese mismo día una búsqueda incansable que la llevó a formar parte de Madres de Plaza de Mayo y a transformarse en una investigadora exhaustiva y precisa de los métodos del terrorismo de Estado durante la última dictadura.

En ese camino, más de 35 años de la desaparición de Carlos, tuvo ante sus ojos por primera vez a las páginas del único Libro Morgue de los años de la dictadura que los médicos forenses de la Jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires no pudieron desaparecer. Su mirada se detuvo en un registro de la noche del 5 de mayo, que señaló con un dedo tembloroso al mismo tiempo que decía:

-Este es mi hijo.

Frente a ella, sus colaboradores, el médico Ricardo Martínez y la investigadora Karen Wittenstein, pensaron que su búsqueda había dado finalmente resultado.

El recuerdo de una investigación

Años después, los ojos de Ricardo Alberto Martínez se humedecen, como en cada ocasión en que recuerda esa escena.

-Fue brutal – le dice a Infobae y Karen Wittenstein asiente sin palabras. También está emocionada.

Uno y otra trabajaron incansablemente durante años junto a Adelina en la investigación de los “enterramientos de NN” en el Cementerio de La Plata. Al entrecruzarlos con las actas de defunción de personas identificadas como NN en el período 1976-1983, no sólo pudieron identificar a muchas de las víctimas, sino que dejaron en descubierto la complicidad de por lo menos 28 médicos policiales que actuaron en el llamado Circuito Camps.

Carlos Alaye era estudiante de psicología, obrero metalúrgico, delegado gremial y militante de Montoneros. Estaba casado con Inés Ramos quien estaba embarazada. Su hija Florencia nació después de su desaparición. Tenía 21 años cuando fue secuestrado

La investigación, cuyos resultados Adelina Dematti de Alaye brindó en su testimonio en el juicio por los crímenes cometidos en el Centro Clandestino de Detención conocido como La Cacha, se basó inicialmente en certificados oficiales de defunciones e inhumaciones, testimonios e informaciones de la prensa de la época. Para que avanzara fue determinante el descubrimiento de ese libro de registros de la Morgue Policial, donde los médicos de la Bonaerense anotaban cada día sus prácticas médico-legales.

-Cuando empezamos con la investigación, mirando prolijamente cada uno de los testimonios de los médicos forenses que, en 1998 y por iniciativa de Adelina, habían sido citados a dar testimonio en los juicios por la verdad, nos dimos cuenta de que usaban una serie de coartadas. La principal era: “Yo firmé el certificado, pero no vi el cadáver, copié los datos del libro morgue”. O bien decían: “Yo vi el cadáver, pero no firmé el certificado”. Así resultaba imposible saber quién era realmente responsable. Pero en sus testimonios, quizás por descuido o creyendo que los libros no aparecerían nunca, muchos de los médicos dijeron que anotaban en el Libro Morgue sus prácticas día por día cuando estaban de guardia. Entonces nos dimos cuenta de que si podíamos comparar los certificados de defunción con las anotaciones en los libros llegaríamos a descubrir la verdad. Dijimos, vamos a ver lo que dicen que hicieron comparando con lo que realmente hicieron cuando lo anotaron en el libro. Ahí empezamos a entender que era importante encontrar aunque sea ese libro sobreviviente – explica Martínez a Infobae.

El Libro de la Morgue

El Libro Morgue que Adelina de Alaye encontró en una caja fuerte de la Cámara Federal platense contiene los registros del 25 de febrero al 25 de mayo de 1977 y es el único que se ha podido recuperar de los 24 que cubren el período que va desde marzo de 1976 a diciembre de 1983.

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De ellos, 23 habían sido requeridos para la instrucción del Juicio a las Juntas Militares, en tanto que el restante fue entregado en su momento a otra unidad de la Justicia Federal. Los 23 utilizados en el Juicio de las Juntas fueron devueltos a la Policía Bonaerense a mediados de la década de los ’80, cuando desaparecieron no tan misteriosamente: quien los recibió y los tuvo a su cargo fue el médico policial Néstor De Tomas, uno de los policías médicos firmantes de los registros.

Por eso, la Cámara Federal resolvió que se iniciara la instrucción de una causa, que quedó a cargo del Juzgado Federal N° 1 de La Plata.

-El único libro sobreviviente de los 24 había quedado en el juzgado federal de Martín Irúrzun y en lugar de devolverlo a la Morgue lo entregaron a la Cámara Federal, por eso se lo pudo recuperar – dice Wittenstein.Declaración de Adelina en el juicio

Del análisis de estas anotaciones surge con claridad el trato diferente que daban a los cadáveres de las víctimas del terrorismo de Estado en comparación con los de los muertos por otras causas. Mientras que a los últimos se les realizaban autopsias exhaustivas (con análisis de sangre, extracción de proyectiles, descripción física y hasta de vestimenta) y se las anotaba en detalle, en el caso de los primeros sólo se consignaba la causa de la muerte en una sola línea: “Destrucción de masa encefálica por proyectil de arma de fuego”, omitiendo consignar cualquier otro signo que presentaran los cuerpos, fundamentalmente la presencia o no de pólvora en la herida (determinante para saber si se trató o no de una ejecución), la existencia o no de otras heridas de bala y/o las marcas de tortura. Tampoco se informaba de ninguna particularidad que permitiera su posterior identificación.

-La función de un médico forense no es sólo determinar la causa de la muerte sino también las circunstancias en que se produce esa muerte. Con las víctimas del terrorismo de Estado, lo que hacían los policías médicos de la Bonaerense era ocultarlas – explica Martínez a Infobae.

De la comparación de los registros se desprendía con claridad que los médicos policiales legalizaban lo ilegal y colaboraban con la política de desaparición de personas instalada por la dictadura.

Al omitir los signos de tortura que presentaban los cuerpos y no especificar con claridad la causa de la muerte colaboraban para hacer pasar las ejecuciones de los perseguidos políticos por “enfrentamientos armados”. Además, evitaban identificarlos.

Testimonio en el juicio de La Cacha

El resultado de la investigación, presentado por Adelina de Alaye cuando brindó testimonio en el juicio de La Cacha en febrero de 2014, tuvo como resultado inmediato la denuncia contra todos los médicos que firmaron certificados de defunción de víctimas del terrorismo de Estado falseando los resultados de las autopsias.

El caso más resonante fue el de quien, en el momento del juicio, era vicedecano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata, Enrique Pérez Albizú, denunciado por la firma –entre el 25 de febrero y el 25 de mayo de 1977– de 9 registros de exámenes de cadáveres NN de personas asesinadas por la represión dictatorial.

-Adelina fue la que terminó con las últimas coartadas y Pérez Albizú y pidió su exoneración. Las autoridades universitarias no pudieron mirar hacia otro lado porque esas mismas autoridades eran las que le habían nombrado a Adelina doctora honoris causa – dice Wittenstein.

La Marca de la Infamia

Cuatro meses después del testimonio, Adelina, Martínez y Wittenstein publicaron La marca de la infamia, donde relatan la investigación. Fue decisión de los dos investigadores que la madre de Plaza de Mayo apareciera como única autora del trabajo, mientras ellos la acompañaban en calidad de colaboradores.

-Adelina ya había escrito una primera versión, en un libro muy chiquito, antes del descubrimiento del Libro Morgue. Por otra parte, nosotros sólo la acompañamos en una parte del proceso. La investigación de los enterramientos N.N. la inició Adelina con otras madres y padres en la década de los 70, al punto que lograron que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitara el cementerio de La Plata cuando vino a la Argentina en 1979. Entonces consideramos que la autora debía ser ella, aunque no quería – cuenta Wittenstein.

Sin embargo, el manuscrito del libro estaba en primera persona de un plural que los incluía a los tres y cuando le propusieron cambiarlo Adelina de Alaye se resistió.

-No sólo se resistió, sino que se enojó – dice Martínez -. Estaba mufadísima, no quería saber nada, y nosotros le dijimos que no, que en realidad el libro era de ella. Y entonces tuvimos que cambiar, porque había sido escrito en plural, con el nosotros, tuvimos que pasar todo a primera persona del singular. Y ella estaba enojada, no quería saber nada. Pero era como apropiarnos de la historia, porque que a nosotros nos hubiera tocado acompañarla en este libro fue una casualidad, pudieron ser otras personas, no hay ningún mérito de nuestra parte.

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Radiolandia y la muerte

Fue un trabajo intenso que duró muchos años. Wittenstein y Martínez recuerdan que, a pesar de tener más de ochenta años, Adelina parecía más vital que ellos a la hora de poner manos a la obra.

-Teníamos intensas comunicaciones por mail, por teléfono y personalmente. Nos reuníamos muy seguido y a veces en jornadas extenuantes, pero además Adelina tenía un registro muy particular del tiempo. Un jueves a la tarde, después de una semana agotadora de trabajo, con entrevistas con abogados que eran bastante frustrantes, me llama Adelina por teléfono y me dice que había que ir a entrevistar a alguien. Entonces le digo, bueno Adelina, entonces el lunes nos ponemos con eso. “¡Ja! -me contestó-, ¿por qué el lunes? recién es jueves a la tarde. Mañana temprano podemos hacerlo”. Y no había modo de decirle que no – cuenta Wittenstein.

Pero así como los apuraba, también los cuidaba.

-Hubo un momento en que ella percibió, y era cierto, que nuestro foco estaba en trabajar sobre cadáveres, inhumaciones, exhumaciones, que la muerte dominaba permanentemente la investigación. Y ella de antemano había dicho que tuviéramos mucho cuidado, que esto no nos afectara. Por lo tanto, muchas veces en las reuniones, ella de pronto aflojaba, golpeaba las manos como la maestra de escuela que nunca dejó de ser y decía: “Saquen todo que vamos a almorzar”. O a la tarde ponía el mantel y servía el té. Con Karen llegamos a llamar esos momentos como “La hora Radiolandia”, porque Adelina se ponía a contar chistes y anécdotas, muchas veces picarescas, de la intimidad de los organismos de derechos humanos. Y los contaba muy bien, te los hacía vivir. Eso nos sacaba de la sensación abrumadora que nos envolvía mientras investigábamos – recuerda Martínez.

Las palabras y los documentos

Durante décadas, Adelina de Alaye fue construyendo una enorme colección personal de documentos que hoy está en el Archivo Provincial de la Memoria. La búsqueda de documentación era una de las obsesiones que la acompañaron durante su largo camino en pos de verdad y justicia.

-Adelina les daba mucha importancia a los documentos. Siempre decía: “Cuando yo digo algo tengo respaldo documental, nadie va a poder decir que estoy mintiendo”. Por eso buscó tanto el Libro Morgue y por eso su testimonio en el juicio fue tan contundente. También decía que la tríada Memoria, Verdad y Justicia estaba mal barajada y que, en realidad, debía ser Verdad, Justicia y recién después Memoria. Por eso había asumido como el trabajo de su vida buscar la verdad y documentarla para así llegar a la justicia y sobre esa base sostener la memoria – dice Wittenstein a Infobae.

“Adelina… no es tu hijo”

Fue esa búsqueda obsesiva de documentación la que, el día que revisó por primera vez el Libro Morgue, pareció brindarle un consuelo. Cuando dijo “Este es mi hijo”, señalando la anotación sobre el NN del 5 de mayo de 1977 tuvo la certeza de que Carlos Alaye, herido de bala y secuestrado ese mismo día, no había permanecido mucho tiempo en manos de los torturadores antes de morir, que no había sufrido tanto. Y eso fue, de alguna manera, un alivio para ella.

Pero luego sabría que no era él.

-Cuando seguimos profundizando y contrastando la información descubrimos que el NN del 5 de mayo no era Carlos. Encontramos, a partir de varios testimonios, que ese día habían sido “trasladadas” dos personas en La Cacha, un hombre y una mujer, a los cuales pudimos identificar como Enrique Reggiardo y Susana Quinteros. Y más tarde comprobamos que el NN era Reggiardo” – dice Martínez.

Y agrega:

No se lo dijimos a Adelina. Estuvo detrás de todo el proceso de construcción del libro y no nos animábamos a decírselo. Y además íbamos probando si no podía ser… lo que ella había encontrado de algún modo como identificación de su hijo para saber algo. No queríamos quitarle eso.

Carlos Alaye desapareció en mayo de 1977

Sin embargo, cuando faltaban muy pocos días para que Adelina prestara testimonio en el juicio de La Cacha, tuvieron que hacerlo. Aunque había declarado en los juicios por la Verdad, era la primera vez que se iba a presentar como testigo en una causa penal.

Se lo dijimos una semana antes del juicio. Le explicamos lo que habíamos encontrado y que ahí había un tema jurídico también con el caso de Reggiardo porque estaba pedido su homicidio en la causa, no en el caso de Carlos. Es decir, aseverar que ese cadáver era de Enrique Reggiardo fortalecía la argumentación de que había sido asesinado y había estado en La Cacha. Era muy importante – explica Martínez.

Y recuerda que, luego de escucharlos, Adelina se quedó unos segundos en silencio, tratando de asimilar el golpe. Finalmente les dijo:

-Lo hago por mi hijo y por todos.

Días más tarde, sentada frente al tribunal,Adelina presentó un powerpoint donde incluyó una foto de la anotación del 5 de mayo de 1977 en el Libro Morgue y explicó que ese NN no era Carlos sino Enrique Reggiardo.

-Yo sigo buscando a mi hijo – les dijo a los jueces.

Adelina Dematti de Alaye murió el 24 de mayo de 2016 a los 88 años, sin encontrarlo. Carlos Esteban Alaye Dematti continúa desaparecido. (Fuente: Infobae)

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