Una sociedad de ciegos, sordos y estúpidos

Por José de Guardia de Ponté

En cada ciudad americana y quizás del mundo, podemos ver un cinturón suburbano empobrecido y miserable. Gentes que fueron dejando los campos creyendo encontrar en la ciudad la solución milagrosa, huyendo sin más que lo puesto. Inmigrantes interiores, excluidos del tiempo y el espacio. Le llaman el 30% pero son muchos más, demasiados más, más y más.

Son todos aquellos que deambulan por la ciudad rogando hacer algo para supervivir, venden pequeñas e inútiles cosas que los ciudadanos céntricos no necesitan porque las compran en el shopping, hacen labores que nadie quiere hacer, changas hechas a la bartola y chapuceramente porque apenas saben lo que hacen. Recogen sobras del mercado, verduras y frutas que otros no quieren comer. O finalmente basurean en los vertederos desenterrando tesoros infames que el centro desecha y derrocha.

Son muchos, y muchos más vienen…

Son los que habitan casas inhabitables, no consolidadas, sin servicios esenciales, apenas refugios de un naufragio diario y eterno. Guaridas diría el inglés de la real academia. Mortajas describiría el funebrero de esta autopsia social que describo.

Pero quizás lo peor de todo, lo más infame que se pueda imaginar de este infierno, es la droga que consumen los niños, aquellos de la infancia hecha girones. Púberes que no tienen nada, ni siquiera futuro. Pagan el vicio con lo que primero sustraen de sus sustraídas viviendas, para luego, soguear en la pocilga vecina, robar cosas de automóviles, autos pobres, sin alarmas que los cuiden, autos y casas de pobres que apenas tienen para que anden. Entes que cuando grandes no serán seres humanos, sino piezas del enjambre que pulularán las calles mendigando, las cárceles matando y muriendo, los loqueros y por último los cementerios.

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Y los otros, aquellos que sonambulan los subtes y los colectivos para morir de aburrimiento en trabajos que no quieren hacer dormitan en la indiferencia más desgarradora. Como decía Stéphane Hessel “La peor de las actitudes es la indiferencia, decir ‘no puedo hacer nada, ya me las arreglaré… que otro se encargue, yo pago mis impuestos”.

Pero en definitiva, nadie toma conciencia de este cáncer, nadie quiere verlo, como si al obviarlo se lo podría desaparecer. Nadie lo piensa ni menos lo siente. Nos asustamos con sus consecuencias eso sí, por supuesto, de las entraderas, asesinatos, atrocidades que pasan en las casas decentes cuando son invadidas y violadas. Y la gente exige más seguridad… parece una farsa, un mal chiste. Seguridad de aquellas cosas que producimos y alimentamos. Se quiere un seguro por la estupidez.

Los ricos inventaron el “country” para aislarse con su miedo y su indiferencia. Los que no pueden pagar esta trinchera se lamentan de no tener el dinero que se necesita para atrincherarse. Y putean y reputean a los políticos que no hacen nada más que robar… pero los políticos no son extraterrestres, más bien, el mero producto del mismo lazareto de ciegos, sordos y estúpidos constructores del abismo social.

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También hay quienes piensan y sufren, que se desgañitan taladrando los tímpanos de los ciegos… que también al parecer son sordos convenientes.

Rafael Chirbes nos lapida: “A la gente le da todo igual; mientras no le tiren la basura del otro lado de la tapia, ni le llegue el olor de podredumbre a la terraza, se puede hundir el mundo en mierda”.

La indiferencia hace autómatas y la insensibilidad monstruos.

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